miércoles, 14 de junio de 2017

La Zarzuela se refresca en Salamanca

(Gerardo Santainés Pere)

"Chisco" es el apodo por el que se conoce al joven profesor, escritor e investigador Francisco J.Álvarez. Un hombre intelectualmente vivo y emprendedor que al concluir su tesis doctoral sobre los diversos universos musicales de Salamanca de primeros del siglo pasado encontró la noticia-génesis de la que sería "Salamanca o la singular verbena del Paseo de la Estación". Ahí empezó todo. Y dentro, el variopinto universo popular de la época. Los barullos dialécticos y disquisiciones políticas entre partidarios de la Monarquía y la República, las discusiones municipales en torno a qué hacer, o no, con el templete de la Plaza Mayor y su ubicación. Unos que ahí, otros que en la Alamedilla. Y en medio de ese ajetreo, polémicas políticas de la época, imaginativos discursos costumbristas, emblemáticos y rutilantes personajes de la época (Hilario Goyenechea, Bernardo García Bernalt, Bretón, hijo...).
 Y como hilo argumental más modesto y de andar por casa, pero de una ternura embriagadora: un concurso de verbenas al que sólo se presenta un postor con el escondido fin de enamorar a una joven artesana. El cogollo esencial del libreto (del propio autor, que también lo es de la música pues el susodicho es a la sazón pianista) posee los senderos y meandros propios de lo que es: una zarzuela, zarzuela que por momentos, y en algún notable puntal, nos recuerda al  musical, género en el que el autor es avezado veterano (La flecha y la luna, Un mundo de planetas...).
 Y un asunto no menor, sino todo lo contrario, es que, se quiera o no, el nombre de Francisco J. Álvarez, ha de añadirse a la estrella del Paseo de la Fama de los grandes autores de zarzuela. Gente como Emilio Arrieta, Federico Chueca, Fernández Caballero, Tomás Bretón o Ruperto Chapí... Los años, en sus correrías y devenires, lo dirán. Pero la obra está ahí, y no tiene visos de que se la lleve el viento. Llevamos cincuenta años  tarareando las melodías geniales de La Revoltosa, La Verbena de la Paloma, el Barberillo de Lavapiés o Doña Francisquita. Pues ya verán como ese maestro de la escultura que es el tiempo irá moldeando, poco a poco, en la memoria popular letrillas y sones como: "con cuatro cosas tiene que salir, son sólo cuatro cosas nada más, dame un poco de empeño, algo de talento y listos para el número final". O la bella cadencia de la soprano cantando: "amor, pájaro caprichoso que no, no se deja atrapar. Si vas decidido a su rama, de un salto en otra posará..." No lo duden.
 En el plano descriptivo y actoral propiamente dicho, y según la completa información que se nos ofrece en el libreto a la entrada, primero hay que incidir en la feliz idea del propio folleto que incluye incluso el guión completo de los diálogos, lo cual no es fácil que ocurra, detalle éste que viene a intuir la importancia y categoría que la producción ha querido dar al espectáculo. Explicación por cuadros, idea original, como se gestó, elenco de actores, coros, técnicos etc… Más de cien personas hay que poner de acuerdo para que un proyecto de estas dimensiones (la zarzuela siempre fue primordialmente un espectáculo donde la coralidad fue espina dorsal). Una edición que facilita al espectador la comprensión perfecta del espectáculo.
 Un aspecto esencial, a mi juicio, para entender el enorme éxito que ha tenido los tres días que se ha programado, con tres llenos en el Teatro Liceo, y el unánime y prolongado aplauso del público al final, ha sido la escenografía. José Raúl Moro y José Antonio Sáez, han liderado un equipo eficiente y muy profesional, recreando a la perfección y con auténticos alardes técnicos el ambiente y universo de la época. La Plaza Mayor parecía real desde el patio de butacas, la licorería de Fuentes, el mismo  templete…Visualmente, desde mi butaca de espectador, la escenografía y el vestuario de los actores rememoraba los grandes eventos operísticos.

 El conjunto actoral brilla a una altura notable, perfecta la dirección del casting, con los solventes tenores Alejandro Gago y Adolfo Muñoz, el primero con solos plenos de energía y el segundo con una versatilidad actoral y cantora envidiables. Las sopranos Amparo Mateos  e Inés Redondo mimetizando con gracia el aire zarzuelero, con solos potentes y bien timbrados especialmente de Mateos en contraste con la dulzura aterciopelada de Redondo.
 Los amigos de Alfredo, papeles que interpretan José Ignacio Cotobal, Martías Cañizal, Txema Solana y Alejandro Céspedes, lucen con dinamismo, sorma y soltura en escena.
 El Coro Ciudad de Salamanca, dirigido por Antonio Santos, cumple un papel esencial en la zarzuela, hace de hilván que cose los cuadros, muscúla el armazón de la obra. Notable para él, que luce variopinto vestuario, como la ocasión requiere.
 Y la Banda Municipal de Salamanca, dirigida por Mario Vercher, que también se atreve con un papelito, en su sitio: el foso y la cordura musical.
 Y otros personajes secundarios pero de puntual valía para que el engranaje funcione, como son los que interpretan Luís Guiérrez (Pablo Marcial), Toño Blázquez (que hace doblete con Salvador Orozco e Hilario Goyenechea), Antonio Santos (El Portugués) o Manuel Andrés Sánchez (Agustín el electricista).

 En resumidas cuentas, un mal llamado género chico porque conlleva esfuerzos grandes ponerlo en pie, pero que, una vez puesto, da gloria verlo y disfrutarlo. Ese género al que pertenecen sus primos hermanos, el sainete lírico, el Pasillo, el Juguete cómico, la Revista o la Opereta, tan denostado en su tiempo, arrinconado y ninguneado en favor de aquellas óperas más engoladas que importábamos de Francia y, sobretodo, de Italia. Un género por el que tanto luchó el genial músico salmantino Tomás Bretón.

 Según el libreto, la obra es una apuesta fuerte de la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura. Según mi opinión, merece un fuerte aplauso.