Ayer hacía un frío del demonio, el viento bajaba racheado y
se me metía bajo las perneras del
pantalón evidenciando, por los temblores añadidos, el descuido de no haberme
puesto un jersey. Una buena chupa me apretaba el cuerpo cuello arriba pero por
el agobio de la lana me quedé sólo con la camisa. Y luego comenzó a llover; el
azote al unísono de Eolo daba la vuelta del revés los paraguas de los
transeúntes y los troncos metálicos de los semáforos se balanceaban
rítmicamente como los junquitos de la charca que presienten temporal y
ahuyentan a los patos.
Cada día que pasa me parece un regalo. Quiero llenar los días de algo convincente, tender puentes con la gente que me rodea y cuando vaya al médico y me informe sobre mi fecha de caducidad intentar mantener la cordura. Cuando me encierren entre dos fechas, ya dirán ustedes qué habrá sido de mi. (Toño Blázquez)
viernes, 26 de abril de 2019
lunes, 15 de abril de 2019
Servanda y Lara
Medio encorvada sobre el carrito de la compra relleno a medias, la señora Servanda hacía enormes esfuerzos por subir el bordillo de la acera, Bajo la chaquetilla de lana de color indefinido de la familia de los marrones, se le adivinaba una camisa gris de cuello vuelto y en la pechera se entreveía la cola larga de un lagarto de plata del tamaño de un mechero pequeño, engarzado en horquillas que simulaban oro pero que en realidad era chapado envejecido.
Con esfuerzo subió, por fin, a la acera. Ayudada, sin ninguna duda, por la mirada fiel de la perrita Lara, un animal de bondadosa y expectante atención que parecía, por sus gestos, captar cualquier atisbo de algo que pasará alrededor de su dueña. No ladraba, iba atada al carrito de la compra de la señora Servanda, tocada con una fea gorra, como la que acostumbran a llevar esas gentes que echan horas y horas mendigando por las calles. Vivía sola Servanda y cada día ella salía con su perrita Lara atada al carrito de la compra cuando yo llegaba a casa de trabajar. Se me hacía difícil pensar que saliera tan tarde de casa, pero así era.
Al mediodía mi barrio tiene más vibraciones. Los vecinos pespuntean las aceras y las esquinas con mayor fluidez y las señoras hacen rodar los carritos de la compra con profesional habilidad. Los abuelos, con la barra de pan bajo el brazo hacen pensar que toda una vida de trabajo ha degenerado en ronda diaria a la panadería, sin más embarazo que tener cuidado no perder pie en la doble escalera del Súper y dar con la ya delicada geografía huesal en el duro pavimento. Cosa que puede llegar a ser definitiva..
La perrita Lara va al paso lento y peliagudo de Servanda. Pareciera que el animalito está acostumbrado al ritmo cansino y simple de su dueña. Cuando ella se para para suspirar, ella se queda como una estatua de sal y la mira con dulzura, las orejillas levantadas, como esperando una orden. Pero esa orden no llega. Simplemente Servanda retoma el blandito y manso pasito a pasito.
Lara entiende y se acomoda a su melodía.
Con esfuerzo subió, por fin, a la acera. Ayudada, sin ninguna duda, por la mirada fiel de la perrita Lara, un animal de bondadosa y expectante atención que parecía, por sus gestos, captar cualquier atisbo de algo que pasará alrededor de su dueña. No ladraba, iba atada al carrito de la compra de la señora Servanda, tocada con una fea gorra, como la que acostumbran a llevar esas gentes que echan horas y horas mendigando por las calles. Vivía sola Servanda y cada día ella salía con su perrita Lara atada al carrito de la compra cuando yo llegaba a casa de trabajar. Se me hacía difícil pensar que saliera tan tarde de casa, pero así era.
Al mediodía mi barrio tiene más vibraciones. Los vecinos pespuntean las aceras y las esquinas con mayor fluidez y las señoras hacen rodar los carritos de la compra con profesional habilidad. Los abuelos, con la barra de pan bajo el brazo hacen pensar que toda una vida de trabajo ha degenerado en ronda diaria a la panadería, sin más embarazo que tener cuidado no perder pie en la doble escalera del Súper y dar con la ya delicada geografía huesal en el duro pavimento. Cosa que puede llegar a ser definitiva..
La perrita Lara va al paso lento y peliagudo de Servanda. Pareciera que el animalito está acostumbrado al ritmo cansino y simple de su dueña. Cuando ella se para para suspirar, ella se queda como una estatua de sal y la mira con dulzura, las orejillas levantadas, como esperando una orden. Pero esa orden no llega. Simplemente Servanda retoma el blandito y manso pasito a pasito.
Lara entiende y se acomoda a su melodía.
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