Ayer hacía un frío del demonio, el viento bajaba racheado y
se me metía bajo las perneras del
pantalón evidenciando, por los temblores añadidos, el descuido de no haberme
puesto un jersey. Una buena chupa me apretaba el cuerpo cuello arriba pero por
el agobio de la lana me quedé sólo con la camisa. Y luego comenzó a llover; el
azote al unísono de Eolo daba la vuelta del revés los paraguas de los
transeúntes y los troncos metálicos de los semáforos se balanceaban
rítmicamente como los junquitos de la charca que presienten temporal y
ahuyentan a los patos.
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