Tenía
fiebres y apagavelitas de cumpleaños la
casa.
Tenía
edificios adolescentes y sueños quebrados
Y tenía
aspavientos y bofetones.
Y tenía luz
grande y sonora…como de fandango.
Podía ser
brujera y tenebrosa la casa
y quiso ser
linda, acogedora y amorosa.
Tuvo
cerrojos varios y tropelías
y sudor a
manta y un montoncito de abrazos insinuados.
Acomodo en
la fresa de los días, turba de gritos
y una forma
mullida de hogar vista desde ahora
en la
sequedad fría de una mesa larga de notaría.
La casa fue
soniquete de cante grande y villancico,
fue un
estate quieto y un soplamocos a tiempo,
fue el valor
del trabajo en el ejemplo
y los
vaivenes penosos en los últimos recodos del camino.
Hace tiempo
que no tiene mi aire mi casa y mi almohada.
Ya es otro
tiempo. Ya tengo otra casa.
Pero aquella
casa será la que me lleve para siempre
en la
mochila eterna de la nostalgia.
La casa,
sólo ella. No hay más.
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