Se fue Rubén de Dios, torero de mil capeas, emociones y desenfrenos sentimentales bordados al hilo del toro y su pasión más sentida y acuciada. Murió en la nada de tiempo, visto y no visto y eso, por el hachazo de la certeza maldita, duele más si cabe. Rubén de Dios, amigo y confidente, un tipo franco, solidario, sincero y buena gente donde los haya. Un amigo a quien siempre recordaré con el orgullo y fortuna de haberle conocido y de habernos enriquecido con
mutua admiración. Hasta siempre amigo.
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